martes, 9 de diciembre de 2008

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RAÚL PORRAS Y LA POLITICA EXTERIOR
Manuel Rodríguez Cuadros *
El 1º de agosto de 2001 asumí el cargo de Viceministro Secretario General de Relaciones Exteriores. Luego de la juramentación recorrí Torre Tagle. Después de muchos años. Observé con sorpresa que los retratos de Raúl Porras Barrenechea y Carlos García Bedoya estaban en paredes ajenas a su trayectoria y significado. Mi primera decisión fue retornarlos a los espacios propios de su memoria. A la tradicional oficina del Viceministro Secretario General. Donde, ciertamente, Porras y García Bedoya pensaron los difíciles y cambiantes desafíos propios de la dimensión externa del problema peruano.
Cuando Allan Wagner asumió como Canciller me pidió, con la misma lógica institucional , trasladar los cuadros al despacho ministerial. En realidad, es éste con justicia el espacio que debe cobijarlos. Están allí. Tanto en mi decisión como en la de Allan Wagner no sólo hubo un sentimiento de reconocimiento. Más que eso. Hubo y hay un acto de filiación con el pensamiento y la obra de Porras y García Bedoya.
Porras fue el maestro. García Bedoya uno de los discípulos. El único que tuvo la oportunidad de realizar, en otro contexto internacional, los valores que Porras asignó a la diplomacia peruana. Porras, a su vez, ejerció la cancillería entre el 04 de abril de 1958 y el 14 de octubre de 1960 y fue, de alguna manera, continuidad del sentido nacional que Gregorio Paz Soldán imprimió a la política exterior del primer gobierno de Castilla.
Porras, en su discurso en la OEA, en 1960, ante la inminente expulsión de Cuba del sistema interamericano, hizo vehementes referencias a la tradición de nacionalismo latinoamericano o sudamericano y de autonomía e independencia en la política exterior peruana, citando a Paz Soldán: “En un período de auge económico y de predominio político sudamericano –señaló Porras en la OEA-, el Perú eludió las soluciones de fuerza, buscó la coordinación jurídica y la solidaridad de intereses y de ideales de la América Latina. Convocó desde Lima al Congreso Americano de 1847 para afianzar la independencia, resguardar la integridad territorial de nuestros pueblos, repeler la invasión extranjera y uniformar los principios del derecho internacional”.[1]
Su oposición a toda intervención foránea contra la integridad territorial y la independencia de los países de la región, es uno de las cuatro ideas fuerza del legado de Raúl Porras a la política exterior peruana. Y no fue una opción de neutralidad, sino de compromiso. De una política exterior activa y consecuente. En el discurso de la OEA, la única referencia a la neutralidad es la circunscrita al conflicto este-oeste. Porras, ya desde 1958, había planteado en Naciones Unidas una suerte de alianza entre los países de América Latina, los países neutrales de Europa y las naciones afroasiáticas, con la finalidad de aportar soluciones a los conflictos de la guerra fría. Pero en la OEA, en 1960, no tuvo una actitud neutral, sino de adhesión y defensa de la independencia política de los países latinoamericanos y de la democracia como factor de identidad de la solidaridad regional.
Se ha querido extrapolar esta actitud, que la diplomacia peruana actual asume con criterio de continuidad, a una votación sobre derechos humanos en las Naciones Unidas. Porras nunca fue neutral ni con la democracia ni con los derechos humanos. Los asumió como valores inherentes al sistema interamericano. Que debían defenderse y protegerse. No es lícito con la memoria de Porras asimilar el acto de consecuencia de su actitud contra la intervención, hacia una supuesta neutralidad contraria a los valores democráticos y a la protección de los derechos humanos que inspiraron su vida, su pensamiento y su histórico discurso de 1960.
Porras, con la misma fuerza y determinación que abrazó la defensa de la independencia y soberanía de los estados americanos, asumió la defensa de la democracia. Y ese es su segundo legado a la diplomacia peruana contemporánea.
En su discurso en Naciones Unidas, en 1958, hizo referencia a su participación en la reunión de cancilleres de la OEA de ese año. Y recordó : “... me cupo sostener la posición liberal –a la que me he adherido siempre- preconizando normas de igualdad para todos, de respeto a los derechos humanos ...”[2]. En su intervención en la reunión de consulta de la OEA, en 1960, Porras señaló con nitidez que la solidaridad en las Américas se fundaba a su entender en los principios democráticos. Por ello, denunció la “política de extorsión del gobierno de Santo Domingo, violatoria de los derechos humanos y sus actos de intervención de agresión contra los gobiernos democráticos, particularmente contra el de Venezuela”. Para añadir, en ejercicio de su filiación a favor del estado de derecho y los derechos humanos, que “la doctrina y la praxis del interamericanismo están basadas desde el Congreso de Panamá en el mantenimiento del principio de no intervención y en la defensa del sistema democrático”.
Coherente con esta posición, ajena a la actitud neutral y proclive al compromiso activo, Porras, en la parte final de su histórico discurso, recordó que: “la base sustantiva de la democracia y de la solidaridad que defiende el sistema interamericano debe ser la libertad, entendida como el respeto fundamental a la personalidad y a la dignidad humana, a la tolerancia como suprema virtud democrática ...”. Por ello, al mismo tiempo que se opuso a la exclusión de Cuba del sistema interamericano, se opuso también a toda relación de antagonismo ideológico con los Estados Unidos. Y comprendió, tempranamente, que entre América Latina y los Estados Unidos, que comparten los valores de la democracia, como con Europa, debe existir una relación de asociación con autonomía y respeto.
El conjunto de estos valores, en circunstancias mundiales muy distintas y en otro contexto histórico, orientan la actual política exterior del Perú. La diplomacia peruana, conforme al derecho internacional defiende el principio de no intervención en las relaciones inter estatales, desde la perspectiva del respeto a la soberanía nacional. Pero, al mismo tiempo – como en el discurso de Porras del año sesenta - asume la democracia y los derechos humanos como valores universales y regionales. Respecto de los cuales todos los estados tienen, en el plano interno un deber de garantía. Exigible internacionalmente. Y, en el plano externo, un deber de cooperación. También exigible. La soberanía y la no intervención no son una excepción al principio del respeto de los derechos humanos.
La tercera idea fuerza de la visión de Porras sobre la política exterior del Perú, está vinculada al reconocimiento de la desigualdad que existe en las relaciones económicas internacionales y a la necesidad de superarla. En 1958 lo planteó, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, como una vía realista para fortalecer la paz y el diálogo entre las naciones.
En los días de nuestros tiempos, la política exterior del Perú, al mismo tiempo que pugna por la mejor inserción posible en el proceso global, demanda una gobernanza mundial y regional más justa. Que disminuya y supere los efectos desiguales que la globalización está generando. Sólo una gobernanza que mitigue las desigualdades puede, inclusive, reducir las condiciones del conflicto asimétrico. Y es, ciertamente, la mejor manera de darle a la democracia no sólo el patrimonio de la libertad, sino el de la estabilidad que sólo asegura la cohesión social.
Finalmente, en cuarto lugar, la vigencia del ideario de Porras, adecuado ciertamente a los nuevos desafíos de nuestros tiempos, tiene que ver con una visión de la política exterior peruana “desde el Perú”. Con el carácter nacional de la política exterior. La diplomacia peruana de hoy eleva esta determinación a la categoría de un principio rector de la política exterior. Y entiende que la necesaria y conveniente apertura a las tendencias globales no debe diluir el sentido nacional del Estado, la sociedad y la cultura peruanas.
De alguna manera, en tanto el Perú se abra más a la globalización, más debe peruanizar su mirada de introspección. No hay todavía mercados que hayan sustituido a los estados nacionales. Y por ello, especialmente en relación a las normas básicas de la convivencia internacional, que tienen que ver con el respeto a la entidad nacional del Estado, la nación y las instituciones de gobierno, el primer deber de los peruanos es ser patriotas de su propia patria.


* Ministro de Relaciones Exteriores del Perú.
[1] Raúl Porras Barrenechea en la VII Reunión de Consultas de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA.
[2] Raúl Porras Barrenechea, discurso en el XIII período de Sesiones de la Asamblea General de las NNUU, 02 de octubre de 1958.